sábado, 11 de septiembre de 2010

"De Harry Potter a Aristóteles", por Mar Velasco

No todo está perdido. Mar Velasco, profesora de universidad, nos cuenta su experiencia durante el primer día de clase de la asignatura que imparte: Grandes Libros. La idea preconcebida de que la literatura, la filosofía, los libros en general no interesan a los jóvenes puede que tenga mucho de verdad. Pero no está mal conocer la otra cara de la moneda: la que ofrecen esos chicos y chicas para quienes la lectura es una puerta abierta hacia la libertad y el conocimiento, y además no tienen empacho en confesarlo. 


DE HARRY POTTER A ARISTÓTELES 
    Vamos a ponerle un nombre falso: Simona. Simona es hispanoamericana, estudia Derecho y tiene un bonito acento. Al terminar la primera clase de Grandes Libros, me dice que quiere hablar conmigo. Les acabo de dar un texto de Juan Manuel de Prada en el que recuerda cómo su afición a la lectura y la escritura surgió, en gran medida, a causa de su temprana miopía y su condición de gafotas, que le obligó a dejar los juegos de patio de colegio y refugiarse en los libros. Simona, que también lleva gafas, me dice que nunca se había sentido más identificada. Me habla de su país. Un país roto donde las últimas generaciones de chavales han visto cómo un dictadorzuelo borraba del mapa de la enseñanza las humanidades y las sustituía por el ombliguismo y la censura al pensamiento.
    Simona habla, quiere contar, quiere que sepa cómo se dio cuenta de su situación crítica el año en que vino a estudiar a España y tuvo que enfrentarse a Selectividad. Cuenta que su ortografía y su conocimiento de la lengua es nulo, pésimo. Que tuvo que apuntarse a clases particulares para poder ponerse a un nivel básico de conocimiento de gramática y sintaxis del español. Que los profesores "de allá" no dan importancia alguna al estudio de la lengua, que a los chavales no se les enseña a estudiar. "Resolvemos los trabajos con ese cortapega terrible del que usted habló en clase", me dice, "lo copiamos todo de internet o de cualquier otra enciclopedia sin que nadie nos enseñe a pensar por nosotros mismos", confiesa. "Y tampoco nos dicen que leamos periódicos... ya sabe cómo está la cosa por allí", justifica. Me cuenta que lo único que mueve a aquellos jóvenes -sí, todavía más que aquí- es la televisión basura, las series basura, la vida basura. "No leemos, no nos enseñan a leer. Lo único que quieren las niñas es andar con los niños y preocuparse por su físico", se lamenta, con el ceño fruncido. Y me cuenta el milagro. "Yo estoy aquí gracias a mis padres ...y a mi profesora de natación. No sé por qué, un día, hablando, me dio un libro de Harry Potter. Yo, que nunca había leído, comencé y no pude parar. No quería parar. Descubrí un mundo nuevo gracias a ella. En el colegio me tenía que esconder, porque allá no está bien visto entre los compañeros que una chica lea. No lo entendían y me querían quitar los libros. Me los tiraban de la mano, me llamaban cuatrojos, como a De Prada, y también ratón de biblioteca, y se reían de mí", relata. "Créame, allí leer no está bien visto", dice muy seria, con la mirada perdida. Hace una pausa en la que la veo revivir momentos no muy agradables. Luego me cuenta que sus padres, a quienes nunca podrá estar suficientemente agradecida, vieron su inquietud y la enviaron a estudiar a España. Aquí se dio cuenta del desastre total en el que la habían convertido. Pero como Simona no se rinde fácilmente se apuntó a clases particulares, habló con los profesores, se obligó a leer y a escribir, y aunque todavía no lo hace con soltura, su entrega y su constancia le han ido abriendo paso. "Me di cuenta de que no quería que mi hermana pequeña siguiera el mismo camino que yo, así que, cuando volví, hablé con mis padres y, como a mi familia le ha ido bien económicamente, decidieron venir a trabajar a España, sobre todo por darnos una mejor educación. Hoy, gracias a Dios, a mi hermana pequeña la hemos podido rescatar a tiempo. Pero a mí...", se interrumpe y calla. Me quedo en silencio, mirándola, procurando que la emoción no me traicione, intentando asimilar que hoy, la única que está aprendiendo en esta clase soy yo.
    Simona sigue hablando. "Sólo quería que lo supiera, porque mi ortografía todavía no es buena y como sé que ustedes exigen...". Miro el texto que les he pedido que escribieran a partir del artículo de De Prada. Efectivamente, su ortografía todavía no es buena. Ni siquiera es buena su caligrafía. Pero sí lo es su actitud y su voluntad y su ejemplo. "Tienes lo mejor que se puede tener, Simona: ganas de aprender", le digo. "¿Sabe?", me confiesa, "aunque no se lo crea, Harry Potter me llevó a la filosofía". Abro unos ojos como platos. Efectivamente, me cuesta creerla, pero habla con tal pasión que me derrumba los prejuicios. "Sí, ese libro me llevó a querer conocer más sobre filosofía. Comencé a leer a Aristóteles y a Platón, y después, aunque seguía leyendo besteller, comencé a leer a los autores españoles, a Lope de Vega y Cervantes, y a los ingleses, a Shakespeare y a Óscar Wilde... Y por eso cuando hoy usted nos dio esa lista de libros para la asignatura -la lista con veinte grandes libros de los cuales tienen que escoger uno para trabajarlo a fondo- no podía creerlo... ¡Para mí es el paraíso!", me dice, con una enorme sonrisa y un brillo en la mirada que me recuerda quién soy y por qué estoy aquí. Gracias, Simona, por recordármelo. La esperanza de tu país se escribe con tu nombre y el de muchos otros chicos que, como tú, todavía se atreven a ser rebeldes y leer. Nunca
Fahrenheit 451 estuvo tan cerca.
  Al salir, aún de conversación con ella, me esperan dos alumnos más. Los miro con sorpresa. Uno de ellos -démosle también nombre falso- es Jaime: "Le estoy esperando porque quiero decirle que quiero trabajar
La vida es sueño de Calderón. Ya lo leí hace tiempo pero creo es un libro que da mucho juego, y no quiero que me lo quite nadie...". Sigo muda, admirada. No doy crédito. "A ella -dice señalando a su callada compañera- la he hecho volver, aunque ya estábamos casi en el metro, sólo para decírselo", confiesa. Me despido de ellos y me quedo sentada sola en un aula vacía, sumida en un necesario silencio interior, dándoles las gracias por hacer de este nuevo primer día de clase como profesora un inolvidable día de clase como alumna. Gracias, chicos, por recordarme la tremenda importancia de mi trabajo, la responsabilidad de la tarea que, generosa e inmerecidamente, nos encomendáis a diario. Sois la mejor y mayor motivación que puede existir. Ojalá sepamos estar a la altura. Ojalá nunca perdamos el entusiasmo -vuestro entusiasmo- y seamos dignos de esta hermosa profesión que, gracias a alumnos como vosotros, está salvada. 
Hasta el lunes.
Mar Velasco



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