martes, 16 de febrero de 2010

El don de la palabra, por Miguel Delibes

En dos posts anteriores, Italo Calvino hablaba de la necesidad de reescribir sus textos. Su caso no es ninguna excepción: el arrepentimiento está implícito en la creación literaria. Resulta, no obstante, que algunos escritores se libran de tener que reescribir. Umbral, por ejemplo. Lo cuenta Delibes, que trabajó con él en El Norte de Castilla, en este interesante artículo: "El don de la palabra". 
En alguna ocasión leí que Thomas Mann era capaz de escribir sus novelas sin apenas correcciones.
Cuesta creerlo, pero habrá que conceder a esta afirmación el beneficio de la duda. En cualquier caso, la mayoría de los escritores (sinceros) reconocen que necesitan trabajar mucho sus escritos hasta encontrar las palabras adecuadas.


El don de la palabra, por Miguel Delibes



Generalmente los periodistas cuando escriben hacen borradores de literatura y, si no llegan a hacer literatura, no es porque adopten un tono especial ni por la estructura de sus trabajos, sino por el tema que abordan o por el apremio con que los realizan. Esos mismos trabajos revisados podrían ser en muchos casos literatura. Ésta es una de las dificultades entre nuestros artículos y los de Francisco Umbral, puesto que Umbral, aun sin proponérselo, hace literatura diariamente en los periódicos. ¿Por qué Umbral hace literatura y los demás no? Sencillamente porque Francisco Umbral no precisa reposo, esa pausa para enriquecer lo escrito que los demás necesitamos. Umbral, a diferencia del común, tiene un ritmo muy vivo, escribe al hilo del pensamiento. En una ocasión le objeté que escribía demasiadas cosas en poco tiempo: “Es mi ritmo, Miguel –me dijo–. Cada cual tiene su ritmo”.


Tenía razón. La experiencia de un escritor no siempre vale para otro escritor. En una frase gráfica, un tanto ordinaria pero muy exacta, dije una vez que Umbral escribe como los demás meamos, es decir, naturalmente, dando salida a unos fluidos, unos humores que le sobran. De aquí se infiere que mientras la mayor parte de los escritores al escribir trabajamos, él se desahoga, juega, incluso se divierte.


La convocatoria de la palabra es el desafío permanente del escritor. Lograr que la palabra acuda puntualmente a los puntos de la pluma es nuestro objetivo. El escritor convoca a la palabra pero ésta comparece o no comparece. Así unas veces consigue lo que pretende y otras no; en ocasiones se queda seco y ha de abandonar sus literaturas por un tiempo, dejarlas dormir. En cambio Umbral, que es un lírico metido a columnista, piensa ya con la palabra apropiada. Hace casi cuarenta años que empecé a verle escribir y rara vez apelaba a la tachadura o releía lo escrito antes de entregarlo a las máquinas. Confiaba en lo que había escrito y corregirlo suponía quitarle frescura, estropearlo. Releerse era para él lo que para otros mirarse al espejo, una suerte de narcisismo. La facilidad de Umbral es un don envidiable aunque no falte quien le reproche su demasía. Pero el secreto de su calidad estriba en su buena relación con la palabra. José Pla, otro gran escritor muy admirado por mí, buscaba afanosamente el adjetivo y como a veces no encontraba el adecuado, bombardeaba el sustantivo con un rosario de ellos hasta lograr aproximarse a lo que quería decir. El resultado era muy bello; original pero impreciso.


Porque escribir con precisión no consiste únicamente en hallar en cada caso el adjetivo adecuado, sino también el sustantivo, el verbo o el adverbio, es decir, la palabra. Y es en el manejo de estas palabras, en hallarlas a tiempo y adobarlas debidamente, donde reside el secreto de un buen escritor. Para serlo brillante no sólo se necesitan los vocablos exactos sino saber combinarlos con gracia y sensibilidad, inventarlos o unir unos con otros en aparente paradoja. Ahí radica la personalidad. Si tropezamos en un libro con la frase “un alma corpulenta y asexuada”, ésta no puede provenir sino de Umbral. Entonces concluiremos que la originalidad de su estilo proviene tanto de su buena relación con la palabra como de su temeridad para emplearla. Exactitud y arrojo son las cualidades de su personalidad literaria; el rastro que deja en cualquiera de sus escritos para su identificación.


Esta precisión en el empleo de la palabra que observamos en Umbral es la propia del poeta. La gran diferencia entre el poeta y el prosista estriba en que el primero ha canonizado la palabra y la domina, en tanto el segundo, ensayista o novelista, opera por aproximación. Basta una palabra inadecuada para que un bello poema descarrile. En el ensayo y la novela predominan otros valores, pero la poesía es rigor verbal y la palabra que sirve a una idea debe ser la exacta. Con frecuencia, en poesía, una palabra es una idea y la suma de dos, cabalmente ajustadas, una síntesis o una tesis. Ante las prosas líricas y personalísimas de Umbral tengo con frecuencia la sospecha de que estoy ante un gran poeta secreto e inconfeso.


Poeta o no, lo que salta a la vista es que Umbral ha conseguido el dominio de la palabra propio de un poeta disciplinado; usa armas de poeta para otros géneros literarios más prosaicos, con resultados sobresalientes.

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